
En derecho estamos acostumbrados a hablar.
A argumentar, defender, justificar, responder.
Pero existe una parte del asesoramiento jurídico que no sale en los expedientes, ni en los informes, ni en las sentencias:
el silencio.
El silencio de una reunión en la que el cliente, por fin, entiende.
El silencio de una llamada a la que ya no es necesario añadir nada más.
El silencio de un «ya lo veo claro».
No siempre gana quien más habla. A veces, en la práctica jurídica, gana quien sabe detener, escuchar y decidir con criterio.
Asesorar no es sólo dar respuestas: es saber interpretar las dudas, frenar expectativas y decir «esto no es viable» antes de que se convierta en un conflicto legal.
Vivimos en un tiempo de inmediatez.
Se confunde rapidez con solvencia y soluciones con respuestas.
Pero el derecho necesita pausa. Necesita análisis sólido y decisiones pensadas. Necesita abogados que sepan cuándo avanzar y cuándo frenar para evitar litigios innecesarios.
Los buenos profesionales no sólo resuelven problemas; previenen muchos más.
Y esto se nota en los pasos que no se han tenido que dar, en los errores que no han existido y en las oportunidades que se han preservado.
Quizás el futuro del derecho no sea sólo tecnológico.
Quizá sea volver a poner en valor lo que no se puede automatizar: la ética, el criterio, la escucha activa y la capacidad de acompañar también en silencio.
Porque cuando todo hace ruido,
el verdadero liderazgo jurídico es saber crear espacios de calma.
